Del fundador al sistema: El arte de soltar sin perder el alma

por | Nov 7, 2025

Hay un momento en toda empresa familiar donde el reloj interno del fundador empieza a marcar un nuevo tiempo. No es el tiempo de construir, sino el de confiar. No el de decidir, sino el de enseñar a decidir. Ese tránsito, que parece natural en teoría, en la práctica se convierte en una de las pruebas más duras del liderazgo: soltar sin perder el alma, entregar el timón sin que se hunda el barco, dejar de ser indispensable sin dejar de ser ejemplo.

En muchas empresas familiares, el fundador vive atrapado en un dilema silencioso: “si suelto, me pierdo; si no suelto, los freno.” Durante años su identidad se confundió con la empresa; su apellido se volvió marca, su oficina el centro del universo. Sin embargo, cuando la organización madura, esa misma centralidad se convierte en una trampa. La empresa necesita sistemas donde antes bastaba su intuición. Necesita una junta donde antes bastaba su palabra. Necesita sucesores que aprendan del fundador, pero también que puedan tomar distancia de él.

La teoría de la dirección prudente de Juan Antonio Pérez López (1993) ayuda a entender esta tensión. El autor distingue tres niveles de aprendizaje en las organizaciones: la eficacia, que se mide en resultados económicos; la eficiencia, que se refleja en el aprendizaje positivo de los colaboradores; y la consistencia, que se alcanza cuando también aprenden positivamente los demás participes. Muchos fundadores se quedan atrapados en el primer nivel: creen que mientras la empresa gane dinero, todo va bien. Sin embargo, su éxito operativo puede ocultar un fracaso relacional. Si los demás no aprenden a decidir sin él, la eficacia se vuelve frágil. El Modelo Dinastía (Gómez y Lagos, 2025), que estructura el desarrollo de la familia empresaria en siete variables: Cultura, Gobierno, Estrategia, Estructura, Sistemas, Sucesión e Individuo, plantea algo similar: la transición del fundador al sistema ocurre cuando el conocimiento, los valores y la autoridad dejan de residir en una persona y se encarnan en procesos, órganos de gobierno y reglas compartidas. Es el paso de la energía carismática a la institucional. El gran reto es hacerlo sin perder el alma, porque una organización sin alma se vuelve burocrática, y una con exceso de alma se vuelve dependiente.

Un caso reciente lo ilustra bien. Una empresa latinoamericana del sector industrial, con presencia internacional, vivía la clásica encrucijada del crecimiento familiar. Su fundador, un hombre de principios firmes y visión extraordinaria, había logrado profesionalizar la organización: tenía un gerente general no familiar, un consejo asesor con miembros independientes y un equipo de primer nivel. Sin embargo, en la práctica, las decisiones seguían orbitando alrededor del fundador. Los ejecutivos no se atrevían a cerrar una negociación sin consultarlo. La directora financiera, dependía de él tanto para aprobar un presupuesto como para autorizar una inversión personal. En apariencia todo funcionaba bien. Los resultados eran sólidos, el ambiente laboral era admirable y la reputación de la empresa, intachable. Pero bajo esa armonía se escondía una fragilidad: la excesiva centralización. Ninguna decisión estratégica se formalizaba sin el visto bueno del fundador, y los órganos de gobierno, el consejo asesor, el comité de inversiones, reuniones familiares, carecían de reglamentos o mecanismos de evaluación. La empresa funcionaba, pero no gobernaba. Todos admiraban al fundador, pero también temían su reacción. “Nos cuesta tomar decisiones sin él”, reconoció uno de los gerentes. “Es como si todo pasara por su filtro, incluso los temas que ya delegó.” La paradoja era evidente: el fundador había hecho grandes esfuerzos por profesionalizar, pero al mismo tiempo no terminaba de soltar. Esa es la trampa de la lealtad excesiva: los colaboradores se acostumbran a agradar más que a liderar. Se desarrolla una cultura de “consulta al jefe” que, aunque funcional en los primeros años, limita el crecimiento colectivo.  Lo mismo ocurría en el ámbito patrimonial. El fundador tenía impecable control financiero, diversificación prudente y visión internacional, pero el aprendizaje de los herederos era mínimo. La prudencia se había convertido en control. Los hijos no participaban en las decisiones de inversión y las conversaciones sobre dinero eran escasas. Había miedo a equivocarse. Esta situación revela lo que en la literatura de empresa familiar se conoce como la trampa del control afectivo: el fundador que ama tanto su obra que termina asfixiándola. En el sistema familiar, la historia se repetía. La familia era unida, con valores sólidos y apoyo emocional, pero sin estructuras formales. No existía un consejo de familia ni asambleas; las decisiones se tomaban en almuerzos improvisados. Todo parecía funcionar, hasta que alguien discrepaba. Entonces emergían heridas antiguas: desacuerdos por confianza, promesas incumplidas o diferencias en la percepción del aporte de cada hijo.

Al analizar los tres sistemas empresa, propiedad y familia, bajo el Modelo Dinastía, la conclusión fue clara: el grupo tenía todo para ser multigeneracional, pero debía pasar de un liderazgo personal a uno basado en sistemas. Soltar no es retirarse, es redirigir el poder. El fundador que lo logra se transforma: pasa de hacedor a mentor, de centro a referente, de dueño del control a guardián del propósito. Para ello necesita tres pilares: confianza, método y propósito. La confianza se construye al aceptar que otros harán las cosas distinto, quizá peor al principio, pero mejor con el tiempo; el método consiste en crear estructuras que sustituyan al carisma, una junta formal, comités, planes de sucesión y evaluaciones; y el propósito mantiene el alma viva cuando el fundador redefine su misión más allá del cargo, canalizando su sabiduría en mentoría o proyectos de largo plazo. Así, soltar deja de ser una pérdida para convertirse en trascendencia, como demostró este empresario al crear su junta directiva con comités especializados, asumir el rol de Chairman, estructurar una fundación patrimonial y promover un consejo de familia activo orientado a perpetuar el legado. El proceso no fue inmediato, pero el cambio fue visible: el fundador no perdió el alma, la multiplicó. Los directivos empezaron a decidir con criterio propio, los hijos se involucraron en programas de educación patrimonial y la familia comenzó a verse como un equipo, no como un feudo. Lo que antes dependía de una persona empezó a depender de un sistema, recordando que en la empresa familiar el poder no se hereda, se transfiere en forma de confianza. El fundador que sabe soltar a tiempo no renuncia a su legado, lo libera; y entiende que la institucionalización no es una amenaza a la identidad, sino su mayor garantía de continuidad.

Para los empresarios que hoy enfrentan ese momento, cuando el cuerpo pide descanso pero el alma no quiere soltar, estas recomendaciones pueden servir de guía: a) Formalice su retiro antes de necesitarlo: Planifique la transición con reglas claras, comités definidos y mecanismos de evaluación; b) Transforme su autoridad en sabiduría: Cree espacios de mentoría, no de supervisión. La próxima generación necesita aprender, no obedecer; c) Institucionalice su legado: Redacte su carta de instrucciones, su filosofía patrimonial. Lo que se escribe deja huella; d) Eduque para confiar: Forme a los herederos en inversión, liderazgo y gestión de riesgos. La ignorancia genera miedo; el conocimiento genera confianza; y e) Construya propósito más allá del cargo: Redefina su rol como Chairman, o consejero. El fundador que se reinventa se mantiene presente sin estorbar el futuro.

Al final, soltar no es renunciar: es una forma más alta de liderar. Las empresas familiares que perduran son aquellas que entienden que el liderazgo no muere cuando se comparte, sino cuando se retiene. La verdadera sucesión no consiste en entregar una empresa rentable, sino una organización capaz de seguir creciendo con alma propia.

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Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

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