El dividendo como analgésico de la desconfianza

por | Oct 19, 2025

En muchas empresas familiares, los conflictos no nacen en los balances, sino en las emociones. Cuando la confianza se erosiona y los propietarios dependen económicamente de los dividendos, el dinero deja de ser un resultado empresarial y se convierte en un analgésico emocional. Este artículo analiza cómo la desconfianza, la dependencia patrimonial y la falta de visión empresarial conducen a una enfermedad silenciosa: la familia que vive del pasado mientras la empresa se queda sin futuro.

En las empresas familiares, el dinero rara vez es solo dinero. Un dividendo puede simbolizar justicia, reconocimiento o necesidad, dependiendo de quién lo reciba. Cuando hay confianza, el dividendo es una consecuencia natural del trabajo bien hecho. Pero cuando la confianza se rompe, se transforma en compensación emocional: un calmante que alivia el malestar, pero no lo cura.

En una compañía agroindustrial con décadas de historia, la discusión por reducir el dividendo desató un terremoto. Las razones eran impecables: la empresa debía reinvertir. Pero la reacción fue visceral: “¡Vivimos de ese dividendo!”. Esa frase reflejaba el verdadero problema: una generación de propietarios dependientes de una sola fuente de ingreso, incapaces de pensar como buenos propietarios porque viven como pensionados del patrimonio. Esa dependencia convierte el dividendo en un salario disfrazado. Mientras haya reparto, hay calma; cuando se suspende, surge la tormenta. El dinero sustituye la conversación, y la empresa se vuelve un banco emocional que paga para mantener la paz.

Con el tiempo, la empresa seguía operando, pero la familia dejó de hacerlo como equipo. La junta existía en papel; las reuniones eran superficiales; las decisiones, impulsivas. El gerente, miembro de la familia, actuaba entre la soledad y la sospecha. Cada decisión era vista como política, no empresarial. En ese ambiente, ni la estrategia ni la planeación sobrevivieron. La confianza es la moneda invisible que sostiene el patrimonio. Cuando se pierde, las instituciones dejan de funcionar: la información se oculta, los rumores reemplazan los datos y los comités se dedican a vigilarse entre sí. Ningún balance sostiene una estructura emocional quebrada.

La teoría de la riqueza socioemocional explica esta paradoja. Las familias empresarias buscan preservar control, continuidad e identidad, pero cuando estos valores se gestionan desde el miedo, se convierten en trampas. El control se transforma en desconfianza, la continuidad en inmovilidad y la identidad en rigidez. Así, el deseo de conservar termina impidiendo crecer.  A esta trampa emocional se suma una más profunda: la trampa de la dependencia patrimonial. Cuando los accionistas viven exclusivamente de una empresa, dejan de pensar en el futuro y comienzan a exigir dividendos como si fueran un derecho adquirido. Pierden visión estratégica y se vuelven rehenes del corto plazo. En lugar de discutir sobre cómo crear valor, discuten sobre cuánto pueden retirar sin incomodarse. El accionista dependiente deja de ser propietario y se convierte en beneficiario.

La educación patrimonial es la medicina más efectiva contra esa dependencia.  Enseñar a los socios a leer un flujo de caja, entender el capital de trabajo o analizar los ciclos de inversión no solo fortalece la empresa, sino que sana la ansiedad. La transparencia reemplaza la sospecha, y el conocimiento sustituye la emoción. Quien entiende el negocio confía en sus procesos; quien confía, deja de reclamar desde el miedo.

El modelo de dirección prudente de Pérez López, ayuda a comprender la profundidad del desafío. Una familia puede ser eficaz (lograr resultados económicos), pero no será eficiente si no aprende a trabajar en equipo, ni consistente si no genera confianza entre sus miembros. La dirección prudente exige equilibrar resultados, aprendizaje y ética. En la empresa familiar, esto significa producir riqueza sin destruir relaciones. Aun así, hay un paso más allá. No basta con educar o institucionalizar.

El verdadero salto evolutivo ocurre cuando la familia deja de ser empresa familiar y se convierte en familia empresaria. Esa transición implica entender que el patrimonio no es solo una empresa, sino un ecosistema que debe diversificarse para reducir riesgos y dependencias.

Una familia empresaria madura diversifica su patrimonio y sus capacidades. Invierte en distintos proyectos que le den independencia económica y forma personas capaces de generar riqueza, no solo de recibirla. Cuando los socios usan sus dividendos para aprender, emprender o crear nuevas fuentes de ingreso, dejan de presionar a la empresa por supervivencia y recuperan libertad. Así, el dividendo deja de ser un analgésico y se convierte en capital semilla, capaz de generar innovación y nuevas oportunidades para las siguientes generaciones. La diversificación no implica desinterés, sino madurez: entender que el legado se protege distribuyendo el riesgo, multiplicando el sentido de pertenencia y fortaleciendo la cultura familiar de largo plazo, donde la confianza vuelve a circular como la verdadera riqueza compartida.

A continuación, algunas recomendaciones para empresarios familiares:

  • Sanar antes que repartir: El dividendo no puede ser el sustituto del diálogo. Si la confianza está fracturada, ningún reparto aliviará el conflicto. Trabaje primero las emociones; después los balances.
  • Educar para confiar: Una escuela de propietarios no enseña solo finanzas, enseña responsabilidad. Quien entiende el negocio deja de imaginar conspiraciones y empieza a participar con criterio.
  • Diversificar el riesgo: No concentre toda la riqueza familiar en una sola empresa. Use los dividendos para crear nuevas fuentes de ingreso y desarrollar proyectos independientes que reduzcan la dependencia emocional y económica.
  • Transformar la mentalidad: Deje de pensar como empresa familiar y empiece a actuar como familia empresaria. Eso implica gobernanza patrimonial, estructuras claras y socios financieramente autónomos.
  • Gobernar con prudencia: Busque equilibrio entre eficacia, eficiencia y consistencia. No basta con producir utilidades: hay que producir confianza, aprendizaje y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Al final, las familias empresarias no se quiebran por falta de dinero, sino por exceso de miedo. Cuando la confianza se agota, el dividendo se vuelve analgésico, y la dependencia sustituye la libertad. Recuperar el equilibrio pasa por sanar la relación con el dinero, diversificar el riesgo y volver a creer en el propósito compartido. Porque el mejor dividendo no se mide en pesos, sino en confianza.

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Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

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