En medio de una sesión de trabajo sobre el propósito y la estrategia de la propiedad en una familia empresaria, una pregunta aparentemente sencilla desencadenó una reflexión profunda: ¿cuánto debe crecer nuestro patrimonio? Lo que parecía una inquietud técnica reveló las tensiones entre expectativas individuales, necesidades familiares, rentabilidad real y riesgos asumidos. Este artículo retoma esa vivencia y revisita conceptos clave como el ROE, el riesgo país, la tasa de reinversión, la política de dividendos, el rendimiento del dividendo y el crecimiento per cápita, para ofrecer una mirada actualizada sobre cómo exigirle al patrimonio familiar una rentabilidad coherente con su propósito.
El crecimiento del patrimonio de una familia empresaria no puede medirse de forma absoluta, sino en función de su propósito, sus riesgos asumidos y su capacidad de reinversión. Desde la teoría financiera, el crecimiento sostenible del patrimonio (g) puede modelarse con la fórmula clásica: g = ROE × (1 – tasa de reparto de dividendos). Donde el ROE (Return on Equity) representa la rentabilidad neta sobre el patrimonio, y la tasa de dividendos indica cuánto se distribuye y cuánto se reinvierte. Esta ecuación es el punto de partida para proyectar la sostenibilidad del patrimonio.Pero en las familias empresarias, el crecimiento no solo debe compensar la inflación, sino también el crecimiento poblacional (que diluye la riqueza per cápita), el riesgo país (medido por indicadores como el EMBI+) y la expectativa de bienestar de las siguientes generaciones. Adicionalmente, se enfrenta una tensión estructural entre conservar el capital para el futuro y generar dividendos para el presente. Resolver esta tensión requiere una comprensión integral del rol de la propiedad, los principios de gobernanza y la coherencia con el propósito del patrimonio.
Durante una jornada de construcción de protocolo familiar, al trabajar el propósito de la propiedad, una familia empresaria acordó que su patrimonio debía garantizar la estabilidad financiera, el bienestar y el desarrollo integral de las futuras generaciones, sin descuidar su impacto social. Además, establecieron principios como la propiedad colectiva con libertad de salida, la prioridad del bienestar de los fundadores, el apoyo a nuevos negocios familiares, y una política clara de educación.Pero todo este marco, bien intencionado y profundamente reflexionado, se puso a prueba con una pregunta sencilla: ¿Cuánto debe crecer el patrimonio para cumplir con todo esto?. Lo que siguió fue una verdadera clase de estrategia patrimonial. Uno de los hijos, médico, sugirió como piso el rendimiento de un CDT (10% en 2025, incluyendo inflación y tasa libre de riesgo). La hermana cuestionó si ese retorno contemplaba el riesgo país, que al revisar el índice EMBI+ de Colombia para ese año, arrojó 3,7% adicionales. La madre fue más allá y propuso agregar 2% de exigencia, como compensación por los riesgos asumidos y la expectativa de desarrollo intergeneracional.El padre cerró el círculo: “no basta con crecer, hay que mantener la riqueza per cápita en al menos tres generaciones”. El hijo mayor, más pragmático, preguntó: “¿y esto se mide en pesos o en dólares?”, recordando que la devaluación podía borrar cualquier esfuerzo.Luego vino la discusión sobre dividendos. Alguien advirtió que no podían ser ricos pobres, es decir, tener un gran patrimonio y vivir con estrechez porque todo se reinvierte. Por tanto, debía existir una política de dividendos responsable pero efectiva. Aplicaron entonces la fórmula de crecimiento sostenible.Al fijar como objetivo un crecimiento del patrimonio del 18,4% (suma del CDT 10%, crecimiento poblacional del 2,7%, riesgo país de 3,7%, y 2% de exigencia adicional), y definir que la familia deseaba recibir dividendos equivalentes al 30% de las utilidades, se despejó la fórmula: 18,4% = ROE × (1 – 0,30) → ROE esperado = 26,3%.En ese momento, surgió una pregunta clave: ¿cuál es el rendimiento real que están obteniendo por los dividendos? Para responderla, se analizó el rendimiento del dividendo de los últimos diez años en la Bolsa de Valores de Colombia. El promedio fue de 2,8%, calculado con la fórmula: Rendimiento del dividendo = Dividendo anual / Valor de mercado de la acción. Al aplicar esta lógica al portafolio familiar, se confirmó que aunque la empresa principal era rentable y generaba un ROE cercano al 30%, el rendimiento del dividendo para los accionistas era bajo si se comparaba con sus expectativas de liquidez y bienestar. Esto llevó a un rediseño de la política de reparto: si se quería mantener un crecimiento del patrimonio familiar sostenible, y a la vez asegurar dividendos que tuvieran impacto real en la vida de los accionistas, era necesario lograr un equilibrio más eficiente entre reinversión y disfrute.
Este caso es importante por varias razones. Primero, muestra cómo una conversación sobre principios puede y debe conectarse con métricas financieras concretas. Segundo, revela que el crecimiento del patrimonio no es un dato externo, sino una decisión interna, construida colectivamente. Tercero, enseña que la rentabilidad del patrimonio no debe juzgarse solo por el ROE empresarial, sino por una visión integrada de todo el portafolio familiar, incluyendo el rendimiento efectivo que reciben los accionistas vía dividendos. Cuarto, pone en evidencia una realidad frecuente en familias empresarias: la empresa operativa suele ser rentable, pero el resto de los activos (inmuebles improductivos, inversiones pasivas, cuentas sin movimiento) no están gestionados con la misma exigencia. Así, el promedio patrimonial termina arrastrándose, sin reflejar el verdadero potencial familiar. Quinto, fue la discusión sobre si medir en pesos o en dólares. En países de alta volatilidad cambiaria, el criterio correcto es medir en una moneda fuerte de referencia, para evitar autoengaños inflacionarios. Una rentabilidad del 18% en pesos con una devaluación del 20% es, sencillamente, una pérdida. Sexto, la expresión “ricos pobres” encierra una tensión moral y práctica. La aversión excesiva al consumo puede debilitar el compromiso emocional con el proyecto patrimonial. Una política de dividendos razonable es también una estrategia de fidelización patrimonial, especialmente en generaciones futuras.
La pregunta “¿cuánto debe crecer el patrimonio?” es más que financiera: es filosófica, estratégica y emocional. Exige entender el propósito de la propiedad, cuantificar las necesidades intergeneracionales y alinear rentabilidad, riesgo y reparto con esa visión. No hay una única respuesta, pero sí un método para encontrarla con lógica y responsabilidad.
1. No subestime los efectos del crecimiento poblacional: incluso un crecimiento moderado de la familia requiere un crecimiento superior del patrimonio si se desea mantener la riqueza per cápita.
2. Exija rentabilidad a todos los activos: no basta con que la empresa familiar funcione bien; el resto del portafolio debe tener métricas y responsables de rendimiento.
3. Compare en términos internacionales: la riqueza debe preservarse en términos reales, medidos en una moneda fuerte. De lo contrario, el espejismo inflacionario puede ocultar pérdidas.
4. Alinee política de dividendos y reinversión: una familia unida requiere ver frutos tangibles. Retener todo puede ser tan riesgoso como distribuir todo. La clave está en definir una política clara y coherente, que equilibre el crecimiento patrimonial con un rendimiento efectivo para los accionistas.
5. Profesionalice la gestión patrimonial: definir objetivos, medir resultados, comparar con benchmarks, y tomar decisiones informadas no es solo tarea del gerente: es deber del consejo de familia y del comité de inversiones.
El patrimonio no es solo una herencia, es un proyecto vivo. Y como todo proyecto, debe tener metas exigentes, reglas claras y una visión compartida. Preguntarse cuánto debe crecer es, en el fondo, decidir cuánto vale el futuro familiar.
