Heridas viejas, pactos nuevos: la importancia de sanar antes de normar

por | Oct 26, 2025

En muchas familias empresarias, cuando las tensiones empiezan a amenazar la unidad, alguien propone una solución aparentemente sensata: redactar un protocolo familiar. Se convocan especialistas en empresa familiar, se citan reuniones, se discuten cláusulas y se escribe un documento que promete ordenar lo que durante años ha sido caótico. Pero lo que pocas familias reconocen es que no se puede construir institucionalidad sobre heridas abiertas. Si las emociones no se han procesado, las normas se convierten en papel mojado. Si el pasado no se ha comprendido, cualquier intento de futuro se derrumba.

Este fue el caso de una familia empresaria del sector agroindustrial, fundada por dos hermanos que durante décadas trabajaron juntos, complementando talentos y compartiendo sueños. Uno era metódico y prudente; el otro, visionario y arriesgado. Juntos levantaron un negocio sólido que generó empleo, desarrollo regional y prestigio. Pero con el tiempo aparecieron las diferencias. Uno de los hermanos consideró que el otro tomaba decisiones sin consultar, y que su estilo autoritario empezaba a ahogar la confianza. El otro sentía que su hermano no se comprometía lo suficiente y que su aporte no justificaba igual participación. Lo que comenzó como una diferencia de estilos se transformó en una brecha emocional imposible de cerrar. El resultado fue una separación abrupta. Uno se fue de la empresa, fundó un negocio competidor y se distanció. El otro continuó con la marca original, pero sin formalizar la división patrimonial. Durante años, las dos ramas convivieron en una especie de tregua silenciosa. Cada una mantuvo su orgullo, su versión de los hechos y su interpretación del pasado. Nadie hablaba abiertamente del conflicto fundacional. En las reuniones familiares, el tema estaba prohibido. El silencio se volvió una forma de paz aparente, pero también una semilla de desconfianza.

La segunda generación heredó una empresa en marcha y un conflicto sin resolver. Intentaron institucionalizar la relación creando un protocolo familiar. Hablaron de órganos de gobierno, de cláusulas de salida, de evaluación del CEO. Pero el proceso se contaminó desde el inicio: el protocolo se volvió el escenario donde se expresaban viejas heridas bajo un lenguaje técnico. Cada palabra negociada contenía décadas de resentimientos. Cada artículo redactado despertaba un recuerdo doloroso. El documento terminó siendo un campo de batalla con apariencia jurídica. Uno de los primos, cansado, lo resumió con lucidez: “Queremos reglas, pero no nos hemos perdonado”. Y tenía razón. Lo que bloqueaba el acuerdo no era la falta de contenido, sino la falta de confianza. Algunos sentían que la otra rama quería imponer su control, otros sospechaban que se buscaba limpiar culpas pasadas bajo el disfraz de la institucionalización. En el fondo, el intento de normar sin sanar solo profundizó la fractura.

Esta situación no es excepcional. En mis años de experiencia, he visto a muchas familias cometer el mismo error: confundir el síntoma con la causa. Creen que el problema es la falta de reglas, cuando en realidad el problema es la falta de conversación. El protocolo familiar, en estos casos, actúa como un “protocolo placebo”: un documento que genera alivio temporal, pero que no cura la enfermedad de fondo. Su elaboración crea la ilusión de avance, pero el conflicto permanece latente, esperando el siguiente desacuerdo para resurgir. El protocolo placebo tiene tres síntomas típicos. El primero es la urgencia por firmar, como si la sola existencia del documento fuera a resolver los problemas. El segundo es la delegación emocional, cuando se espera que el consultor  “arregle” lo que la familia no ha querido hablar. Y el tercero, el más peligroso, es la idealización del consenso, donde se busca que todos estén de acuerdo en todo, evitando las conversaciones difíciles que justamente podrían sanar. El modelo Dinastía ayuda a entender este fenómeno. En su variable de cultura, se revela que muchas familias funcionan bajo la lógica del “no pasa nada”, evitando el conflicto en nombre de la armonía. Una familia que no sana su historia termina repitiéndola, aunque cambien los protagonistas.

Cuando los consultores llegamos a procesos así, el trabajo técnico debe ceder ante el trabajo humano. Antes de definir reglas, hay que crear espacios de escucha. En el caso de esta familia, el proceso cambió de rumbo cuando decidieron suspender la redacción del protocolo y concentrarse en reconstruir la confianza. Se inició con una serie de círculos de conversación facilitados por un equipo externo. No se trataba de buscar culpables, sino de entender emociones. Se invitó a cada miembro a narrar cómo había vivido la separación de los fundadores, qué entendía por justicia, y qué le generaba miedo. Al principio hubo lágrimas, luego silencios, después comprensión. Se descubrió que el enojo había sido transmitido como lealtad. Que algunos defendían a sus padres sin haberlos escuchado. Que otros se habían distanciado por temor, no por desamor. Solo después de esa etapa emocional, la familia estuvo lista para discutir normas. Lo que antes era un campo de batalla se convirtió en un espacio de construcción. El nuevo protocolo se elaboró desde un lugar distinto: no para controlar, sino para proteger las relaciones. Las reglas ya no eran castigos preventivos, sino compromisos conscientes. Se incluyeron cláusulas de comportamiento ético, se definieron mecanismos de resolución de conflictos, y se acordó que ninguna decisión patrimonial se tomaría sin antes verificar su impacto en la relación familiar. El documento final fue más corto, pero infinitamente más valioso.

Este proceso demuestra que en el gobierno familiar la secuencia importa: primero sanar, luego normar. El error es intentar hacerlo al revés. Las reglas sin confianza solo generan resentimiento; la confianza sin reglas se agota.  Las familias empresarias que logran trascender comprenden que el gobierno corporativo y el gobierno emocional son dos caras de la misma moneda.  No hay legado posible si las nuevas generaciones sienten que los acuerdos se firman por miedo, no por convicción. Recomendaciones para empresarios familiares que quieran construir acuerdos duraderos:

  1. Antes de escribir reglas, hablen del pasado. Reconstruir confianza implica narrar lo que dolió, comprender las heridas fundacionales y dar espacio a las emociones silenciadas.
  2. Eviten el “protocolo placebo”. No confíen en documentos hechos por presión o como maquillaje institucional; el protocolo debe ser reflejo de un proceso real de diálogo y transformación.
  3. Den prioridad a la escucha estructurada. Los círculos de conversación, las entrevistas individuales y los espacios neutrales permiten que emerja la verdad sin escalar el conflicto.
  4. Transformen el documento en símbolo de unidad. No lo vean como un control jurídico sino como una expresión de valores compartidos, con cláusulas claras pero con sentido emocional y humano.
  5. Formen emocionalmente a los futuros líderes. La inteligencia emocional, la capacidad de perdonar y el sentido del legado se entrenan; sin ellos, ningún gobierno familiar será sostenible.

Las familias empresarias no se destruyen por los conflictos, sino por la incapacidad de hablar de ellos. Sanar no es un lujo emocional, es una necesidad estratégica. Ninguna norma reemplaza la confianza, y ningún protocolo sustituye una conversación pendiente. Los acuerdos más sólidos no se escriben con tinta, sino con verdad. Por eso, antes de normar, hay que sanar; y solo después de sanar, el pacto se convierte realmente en un legado.

COMPARTIR

Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

Archivo

C

El dividendo como analgésico de la desconfianza

En muchas empresas familiares, los conflictos no nacen en los balances, sino en las emociones. Cuando la confianza se erosiona y los propietarios dependen económicamente de los dividendos, el dinero deja de ser un resultado empresarial y se convierte en un analgésico...

¡Profesionalizar la empresa! …¿hasta que hay problemas?

En los buenos tiempos, muchas familias empresarias están listas para escuchar sobre gobierno corporativo, juntas con independientes, sucesión ejecutiva y evaluación de gerencias. Se hacen diagnósticos, se redactan propuestas, se instala incluso un consejo asesor. Todo...