El capitalismo consciente es un modelo económico que se enfoca en crear valor a largo plazo para todas las partes interesadas, incluyendo empleados, clientes, proveedores, la comunidad, el medio ambiente, los accionistas. Este enfoque busca crear una cultura empresarial centrada en los valores, principalmente la interdependencia de los actores y en la sostenibilidad a largo plazo, lo que puede tener un impacto positivo y significativo en el individuo, en lo económico, en lo social y en lo medio ambiental. En contraste, el comunismo es un modelo económico que se basa en el control colectivo de la propiedad y de los medios de producción, así como en la distribución equitativa de la riqueza, que ha demostrado tener un efecto perverso en todos los sistemas mencionados.
Es evidente que la gente joven, tome como referencia los escándalos existentes a nivel corporativo de nuestros tiempos actuales, en especial en la década de inicio del siglo XXI, lo cual ha generado la necesidad de promover un cambio, lamentablemente no hacia un modelo nuevo o mejorado, sino hacia un modelo económico que ha demostrado en el ser fallido, que en realidad es el comunismo disfrazado de socialismo, pero ante las promesas de caudillos con elocuencia verbal, han caído en la tentación de querer un cambio al vacío, que poco a poco viene demostrando la poca profundidad con la que cuenta, y se ha visto plasmada en los efectos secundarios de las reformas tributaria, de salud, de pensiones, laboral, electoral, y de la paz total, pues en realidad implican un cambio al modelo económico que no termina de convencer a la gente. Los escándalos de este gobierno demuestran que la corrupción va a galopar por los próximos años, ya que con el fin de lograrlo “el fin justifica los medios”.
Antes que nada, creo que vale la pena reconocer los errores del “capitalismo salvaje” que evidentemente hemos vivido, pero me gustaría profundizar en cómo se llegó allí, pero además en cómo podemos salir de ese modelo que también es perverso. El surgimiento de las grandes corporaciones en la primera parte del siglo XX trajo un reto sin precedentes, y la pregunta de todos los interesados era ¿cómo asegurar que un CEO (o agente) se comportara bajo los mismos intereses del propietario? Berle & Means (1932) unos de los padres de la teoría de la agencia refiriéndose a las corporaciones modernas afirmaron “La propiedad de la riqueza sin control apreciable y el control de la riqueza sin apreciable propiedad” y para resolver este dilema surgió la idea de “gestionar el capitalismo”; en este sentido Khurana mencionó que “surgió la necesidad de una mano firme, de un CEO profesional, que guiara la corporación hacia la estabilidad y el crecimiento a largo plazo, y que por lo tanto, se considera esta figura mejor que la de un gerente nervioso que reacciona continuamente ante la impredecible y voluble mano invisible del mercado”. Entre los años 1970 y 1980, empieza un malestar generalizado de muchos propietarios de empresa debido a que las rentabilidades de las corporaciones habían caído dramáticamente, se pensaba que en realidad las juntas directivas tenían poca exigencia sobre sus gerentes. La reacción no se hizo esperar en especial en Estados Unidos, a los ejecutivos corporativos se les permitió que se volvieran más agresivos en sus mercados. Todo esto fortalecido por la teoría de la agencia que empezó a insistir que los ejecutivos debían comportarse como los accionistas, entonces los altos ejecutivos se convirtieron muy pronto en accionistas de sus firmas, debido a que de otra manera su comportamiento buscaba beneficiar sus propios intereses. En ese entonces los ejecutivos muy formados en las mejores escuelas de negocios, lograron sus cometidos con una simple regla de volverse número uno o dos del mercado, al estilo Jack Welch, entonces empiezan las fusiones, adquisiciones, con la idea de volverse oligopolios, o incluso llevarse el premio mayor al convertirse en monopolio, donde podrían controlar precios y rentabilidades en detrimento del usuario. Ese comportamiento tuvo gran soporte en esos momentos incluso por parte de la academia, en especial del premio nobel de economía Milton Friedman (1970), que decía “En la empresa libre y el sistema de la propiedad privada, un ejecutivo es un empleado de los accionistas del negocio. Él tiene una responsabilidad directa con sus empleadores. Esa responsabilidad es conducir la empresa de acuerdo con sus deseos, que generalmente es hacer la mayor cantidad de dinero que pueda a la luz de las normas básicas de la sociedad”. Por lo tanto, hay dos maneras de monitorear el control de un CEO, auditoría constante y compensación de largo plazo para llegar a ser propietario. Estas ideas impregnaron las corporaciones de Estados Unidos, es verdad que empezó a funcionar, las compañías empezaron a crecer y a volverse muy rentables, y con ello, sus altos ejecutivos se volvieron millonarios. Sin embargo, el problema se agudizó cuando se hicieron la pregunta y ¿por qué no podemos generar aún más riqueza?, el mensaje para el CEO fue “Esta rentabilidad ya no es suficiente, si no maximiza la rentabilidad del accionista buscaremos a otro”. La presión a las juntas directivas y a sus ejecutivos fue la regla, en la década de los noventa los CEO se volvieron muy vulnerables a los despidos, las cifras se triplicaron hasta finalizar los noventas. Aunque aumentaron los despidos, los paquetes económico se incrementaron exponencialmente, las cifra que un CEO ganaba con todas sus compensaciones variables frente al valor de un empleado medio fueron en promedio en los años 70 de 25 a 1, y a inicios del siglo XXI se encontraban en una proporción de 500 a 1. Obviamente, los ejecutivos más exitosos de esa época empezaron a trasgredir los límites éticos en sus decisiones siendo creativos para crear mercados ficticios, contabilizaciones de utilidades anticipadas, ocultar pérdidas en paraísos fiscales, etc. Esos nuevos escándalos se trataron de resolver al fortalecer el gobierno corporativo con comités de apoyo a la junta directiva dedicados a dos temas, la compensación y la auditoría, con la incorporación de mayoría de miembros independientes. Sin embargo, tampoco tuvo mucho impacto real, ya que el mismo sistema anglosajón, hacía que la misma junta se nombrara a sí misma por cooptación, porque los accionistas delegaron esa función en sus juntas directivas y entonces el CEO se convirtió en casi un “Dios” que podía seleccionar a sus miembros de junta colocándoles honorarios millonarios y comprando lealtades. La supremacía del triángulo de los actores internos del gobierno corporativo (Propiedad, Gobierno, Dirección) había puesto al capitalismo en la palestra pública, no solo por la corrupción que generó sino además por que se devastó a su paso al medio ambiente y algunos aspectos sociales. En la década de los años 2010 y 2020, empieza a surgir un nuevo tipo de CEO, con un lenguaje más inclusivo, del individualismo y el capitalismo salvaje a uno de consciencia. Los desempeños de la firma no son sólo los económicos, además son los sociales y medio ambientales. De la teoría de la agencia donde tenemos que pagarles para que se comporten como el accionista, a la teoría del Stewarship en el que las personas al frente de una empresa se comportan como un albacea que cuida a todos los partícipes de la organización y busca el equilibrio de todos en la empresa, no puede haber supremacía de un actor sobre otro, porque si no se cae en una patología de gobierno corporativo. Si el dueño es el más relevante caemos en la patología del “Dueño”; si la Junta directiva es la suprema caemos en la enfermedad de la “coadministración”; si el CEO es el que manda por encima de todos, caemos en la enfermedad del “Rey”; Si los empleados tienen la última palabra caemos en la enfermedad de la “operación”; y finalmente, si son los demás stakeholders los preponderantes, caemos en la patología de las “partes interesadas”. Por todo lo sucedido hay quienes piensan que volver al comunismo fallido es la respuesta desconociendo al ser humano en sus motivaciones, a la “Izquierda solo se le rebasa con el capitalismo consciente”, ya que busca el equilibrio de todos sin desconocer el desarrollo del individuo.