La cultura del chisme en la empresa: Silenciosa, destructiva y evitable

por | Abr 2, 2025

El chisme ha sido normalizado en muchas organizaciones como parte del “ambiente laboral”, pero su impacto real es profundamente dañino. En las empresas, y especialmente en las empresas familiares, el rumor se convierte en un sistema paralelo de poder, donde la información fluye sin control, las relaciones se erosionan y las decisiones se contaminan. Este artículo explora cómo esta cultura silenciosa destruye la confianza, fragmenta equipos y sabotea la continuidad empresarial. A través de un caso real en una familia empresaria latinoamericana, se muestra cómo el chisme creció hasta convertirse en una crisis de confianza irreversible. Finalmente, se proponen herramientas prácticas para prevenir y enfrentar esta dinámica, destacando el uso de los tres tamices de Sócrates como un filtro ético y organizacional para construir una cultura más sana.

El chisme organizacional puede definirse como la difusión de información no verificada sobre personas o decisiones, generalmente en ausencia del involucrado. Aunque pueda parecer inofensivo o incluso útil para “mantenerse informado”, su esencia es destructiva. Debilita la confianza, fragmenta relaciones, reduce la productividad y alimenta el conflicto. El chisme prospera donde hay vacíos de información, estructuras de poder poco claras, cultura de favoritismos y miedo a decir las cosas de frente. Es común en empresas con liderazgo informal o excesivamente centralizado, donde los temas difíciles no se abordan directamente y los canales de comunicación son escasos o poco confiables.

Cuando el chisme se vuelve parte de la cultura, ya no es solo un problema de comunicación: es un síntoma de desconfianza estructural. En lugar de promover conversaciones abiertas y responsables, se instala el hábito de hablar “por detrás”, de especular, de manipular los hechos. Así, el rumor reemplaza a la realidad, y las decisiones se toman más por percepción que por evidencia. Este tipo de cultura también incentiva la lealtad dividida. Los colaboradores ya no se deben al proyecto común, sino a la persona con más poder o más influencia en la red informal. En estos entornos, la productividad sufre, el talento se va y los conflictos se enquistan.

En una familia empresaria con la que trabajé, los efectos de la cultura del chisme fueron especialmente devastadores. Los padres, sin estudios formales, construyeron una gran empresa agroindustrial que luego se diversificó hacia negocios inmobiliarios y de inversión. Tuvieron cinco hijos. Algunos intentaron formarse académicamente, pero en la práctica, lo que importaba era trabajar y ganar dinero. El padre, con visión emprendedora, incentivaba a sus hijos a proponer sus propios negocios, y él mismo los financiaba. Sin embargo, no lo comunicaba de forma transparente ni a su esposa ni al resto de sus hijos. Así comenzó a crecer una percepción de privilegios ocultos, especialmente hacia los hijos varones. A medida que los hijos se fueron involucrando en las empresas, todos empezaron a competir de forma encubierta para lograr mayores beneficios. Existía una “mesada” igualitaria, pero quienes traían negocios parecían recibir reconocimientos adicionales no oficiales. Las hijas comenzaron a expresar que el trato era machista. Paralelamente, los hermanos buscaron alianzas internas con empleados de confianza que les informaban lo que hacían los demás. Así se instalaron redes informales de información y poder, en las que algunos empleados eran utilizados como espías. Unos se sintieron incómodos; otros, más hábiles, aprovecharon para manipular a los hermanos y ganar influencia.

Poco a poco, el ambiente se volvió tóxico. Los hermanos dejaron de hablarse entre sí, y todos sospechaban que los otros estaban abusando de los recursos familiares. El rumor se convirtió en herramienta de defensa y ataque. Se intentaron medidas formales: se crearon consejos de socios con externos, se propusieron evaluaciones a valor de mercado y la llegada de un gerente profesional. Pero ya era demasiado tarde. Los chismes repetidos tantas veces se habían transformado en verdades asumidas. Algunos se confirmaron con el tiempo, otros no, pero la percepción era que todo lo malo podía ser cierto. La confianza quedó completamente rota.

Los consultores propusimos una separación patrimonial amistosa entre los hermanos. Era una solución razonable dadas las circunstancias. Sin embargo, los padres no quisieron aceptar esa vía. Creían que podían restaurar la unidad erradicando los malos hábitos. A partir de ahí, se intentó implementar un gobierno corporativo más sólido, con comunicación clara, límites definidos y reglas iguales para todos. Aun así, el camino para recuperar la confianza sigue siendo largo y complejo. En muchos sentidos, la empresa logró sobrevivir, pero la relación entre los hermanos quedó fracturada.

Este caso muestra con claridad cómo el chisme no solo refleja un problema relacional, sino que revela fallas profundas en el sistema de gobernanza familiar y empresarial. El rumor fue creciendo en ausencia de reglas claras, con decisiones tomadas de forma unilateral y sin espacios seguros para la conversación directa. Los empleados se convirtieron en actores del conflicto, y la meritocracia fue reemplazada por la percepción de cercanía con el fundador. Las soluciones formales llegaron tarde, cuando ya el daño emocional estaba hecho. La empresa no colapsó por los negocios, sino por la ruptura total de la confianza.

Frente a esto, una herramienta sencilla pero poderosa puede marcar la diferencia: los tres tamices de Sócrates. Antes de decir algo sobre otra persona, pregúntate: ¿Es verdad? ¿Tienes evidencia confiable de lo que vas a decir? ¿Es bueno? ¿Lo que vas a compartir construye o destruye? ¿Es útil? ¿Ayuda a quien lo escucha o simplemente contamina? Esta triple pregunta, aplicada con rigor, permite cambiar la forma en que las personas se comunican. No se trata de callar, sino de hablar con responsabilidad. Esta práctica puede institucionalizarse como parte de la cultura de la empresa, ser parte de la inducción, de las reuniones y de los principios corporativos.

Además, es fundamental que las empresas, en especial las familiares, asuman acciones concretas para prevenir que la cultura del chisme se instale o crezca. La primera es establecer canales de comunicación formales, confiables y frecuentes, para evitar que los vacíos se llenen con rumores. La segunda es definir reglas claras para la toma de decisiones, los reconocimientos y los beneficios, evitando la discrecionalidad. La tercera es formar a los líderes y fundadores en comunicación ética y emocionalmente madura, para que den ejemplo. La cuarta es dejar claro que el rumor malintencionado o destructivo no es aceptable, y actuar ante él. La quinta, y quizás más poderosa, es promover una cultura de verdad, bondad y utilidad en toda interacción, como filtro mínimo para que la palabra sirva a la organización y no la contamine.

El chisme es silencioso, pero sus efectos son ensordecedores. Es destructivo, pero muchas veces tolerado. Es evitable, pero requiere decisión. No hay empresa sólida sin confianza, y no hay confianza sin verdad. Por eso, erradicar el chisme no es solo una tarea de comunicación: es una responsabilidad ética, estratégica y cultural.

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Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

Gonzalo Gómez Betancourt, Ph.D. – CEO Legacy & Management Consulting Group

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