En el mundo empresarial, los términos que asignamos a los cargos ejecutivos van más allá de simples etiquetas; son manifestaciones de poder, estatus y responsabilidad. En este artículo, exploraremos la relevancia de la nomenclatura en la estructura organizativa empresarial, examinando un caso concreto que ilustra las complejidades y decisiones estratégicas detrás de la elección de los nombres de los cargos ejecutivos.
La literatura sobre organizaciones subraya la importancia de la nomenclatura en la construcción de la identidad organizativa y la percepción externa, a continuación, las teorías subyacentes: a) la teoría de la identidad organizativa: Esta teoría postula que las organizaciones tienen una identidad distintiva que influye en su cultura, valores y comportamiento. Los nombres y títulos de los cargos ejecutivos son parte integral de esta identidad, ya que comunican la estructura jerárquica y los valores de la empresa; b) La teoría de la simbolización: Esta teoría sostiene que los nombres y símbolos en una organización representan significados más profundos y simbólicos que van más allá de su función práctica; c) Lateoría de la competitividad global: Esta teoría enfatiza la importancia de adaptarse a las demandas y expectativas del entorno empresarial globalizado. Los nombres de los cargos ejecutivos pueden influir en la percepción y la proyección de una empresa en el mercado internacional; d) Lateoría de la coherencia organizativa: Esta teoría sugiere que la coherencia en la nomenclatura y la estructura organizativa puede fortalecer la identidad y la eficacia de una empresa. La elección de nombres coherentes y significativos puede contribuir a una comunicación clara y una comprensión compartida dentro de la organización. Sin embargo, la coherencia no debe sacrificarse en aras de la proyección global; es posible encontrar un equilibrio entre la adaptación y la coherencia cultural.
En resumen, las diferentes teorías organizativas ofrecen perspectivas útiles para comprender las complejidades y dinámicas detrás de la elección de nombres de cargos ejecutivos en una empresa. La interacción entre la identidad organizativa, la simbolización, la competitividad global y la coherencia interna influye en las decisiones estratégicas sobre la nomenclatura y la estructura organizativa. A continuación, un caso de una familia empresaria, que ha tenido que aplicar algunas de estas teorías en su cambio organizacional.
Desde hace algún tiempo he tenido la oportunidad de trabajar con una familia empresaria con más de treinta décadas de historia, porque se encontraba en un momento crucial de su desarrollo “la sucesión” de primera a segunda generación. Esa transición evidenciaba la necesidad de adaptarse a un entorno empresarial cada vez más competitivo y globalizado. La antigua estructura, arraigada en la tradición y la proximidad familiar, mostraba signos de rigidez frente a las demandas del mercado contemporáneo.
La transformación organizativa se presentaba como una respuesta necesaria para asegurar la continuidad y el crecimiento del negocio. La creación de una holding patrimonial se vislumbraba como el primer paso hacia una estructura más ágil y flexible, capaz de adaptarse a los desafíos del futuro. Sin embargo, la transición no estuvo exenta de tensiones y debates internos. La discusión sobre la nomenclatura de los cargos ejecutivos se convirtió en un punto de fricción clave en el proceso de transformación. La elección de los nombres no solo implicaba aspectos lingüísticos, sino que también reflejaba las percepciones, identidades y expectativas arraigadas en la cultura organizativa.
La primera discrepancia surgió al abordar el cargo de presidente de la junta directiva. La propuesta inicial de utilizar el término «Chairman» encontró resistencia entre algunos miembros de la Junta Directiva debido a su connotación extranjera y su falta de reconocimiento local. En cambio, se optó por el título más convencional de «Presidente de la Junta Directiva», buscando mantener una conexión sólida con las raíces locales y la identidad arraigada en la historia familiar de la empresa.
La controversia se intensificó al discutir el nombre del cargo principal, aquel que encabezaría la dirección ejecutiva del grupo. La sugerencia de adoptar el título de «CEO» fue recibida con escepticismo y reservas. Aunque reconocido internacionalmente, el término carecía de resonancia local y suscitaba dudas sobre su adecuación cultural. La búsqueda de un término que equilibrara la proyección global con la identidad local llevó a la adopción de la fórmula dual de «Director General del Grupo» – «CEO del Grupo». Esta solución intentaba satisfacer las demandas tanto del entorno globalizado como de la tradición arraigada en la cultura local.
Sin embargo, la complejidad de la elección de nombres no se limitaba a los cargos ejecutivos de más alto nivel. La discusión se extendió a las gerencias generales de las unidades de negocio, donde cada término debía reflejar tanto la autonomía de las divisiones como su pertenencia al conjunto del grupo. La propuesta de denominar a los líderes de las unidades como «Gerentes Generales» se enfrentó a la resistencia de aquellos que consideraban que el término «Director General de la Unidad de Negocio» era más apropiado y aquellos debajo de su unidad se les denominaría “Directores Ejecutivos de la empresa”, reflejando con mayor precisión su autoridad y responsabilidad dentro de la estructura organizativa. Mientras algunos defendían la importancia de mantener la coherencia y la identidad cultural en la elección de los nombres, otros abogaban por la proyección global y la adaptación a los estándares internacionales.
En última instancia, la empresa logró encontrar un equilibrio entre las perspectivas divergentes, adoptando nombres que reconocían la tradición y la identidad local, al tiempo que proyectaban una imagen de modernidad y competitividad en el ámbito internacional. Esta decisión trascendió el mero aspecto lingüístico, reflejando las complejidades y tensiones inherentes a la transformación organizativa y la sucesión generacional en el ámbito empresarial. El análisis del caso ilustra la complejidad y la importancia estratégica de la nomenclatura en la estructura organizativa, destacando que los nombres de los cargos son más que simples etiquetas; son símbolos de identidad, poder y proyección organizativa, tal como sugieren la Teoría de la Identidad Organizativa y la de la Simbolización. Asimismo, la elección del nombre de los cargos ejecutivos es un proceso estratégico que demanda comprensión, adaptabilidad y sensibilidad cultural, como sugieren la Teoría de la Competitividad Global y la de la Coherencia Organizativa. La búsqueda de coherencia, claridad y equidad en los nombres de los cargos es esencial para promover una cultura organizativa sólida y una imagen empresarial competitiva en un entorno empresarial en constante evolución. Más que simples etiquetas, los nombres de los cargos reflejan la identidad, los valores y la visión en desarrollo de una organización, lo que resalta la importancia de esta decisión en la configuración del presente y el futuro de la empresa.